Jonathan Frez - El Dínamo
La compleja relación entre las inteligencias artificiales diseñadas para predecir fenómenos a partir del hallazgo de patrones y aquellas orientadas a generar textos o explicaciones guiadas por instrucciones sugiere una evolución profunda en la forma en que concebimos el procesamiento de la información.
Ambas modalidades comparten fundamentos matemático-estadístico-computacionales, pero su grado de adaptación y descubrimiento de estructuras lingüísticas hace que los modelos capaces de asimilar patrones del lenguaje resulten particularmente útiles y superiores en ciertas tareas, sobre todo las relacionadas con el razonamiento complejo y la comunicación.
Las versiones más recientes de estas inteligencias artificiales implementan mecanismos internos de diálogo, que les permiten “reflexionar” sobre la manera de descomponer problemas y ofrecer respuestas apropiadas a cada planteamiento. Este rasgo sugiere que estos sistemas no solo generan texto, sino que también encarnan en cierta medida la culminación de nuestro mayor invento: el lenguaje.
Es a través del lenguaje que los humanos podemos interpretarnos, analizarnos y reconfigurar nuestro entendimiento del mundo. Tal como señala Heidegger, la singularidad humana radica en la capacidad de autoreflexión, una actividad imposible sin conceptos claros y sin la mediación del lenguaje. Ahora, esta dimensión lingüística del pensamiento se extiende a las máquinas, que aprenden a razonar con lógicas similares a las nuestras.
La cuestión de cómo enseñar a usar estas tecnologías que utilizan el lenguaje como herramienta de razonamiento —de manera que sea coherente con las formas humanas de pensar e interpretar el mundo— nos remite a un terreno filosófico. Desde allí se observa que el conocimiento puede ser tanto empírico (derivado de la experiencia y los datos) como ontológico (derivado de la interpretación del ser y la esencia del ente observado). Así, las inteligencias artificiales, alimentadas con datos, pueden guiar su razonamiento a través de las interpretaciones que nosotros, los usuarios y diseñadores, aportamos.
La educación superior debe, por ende, ir más allá de la mera adopción de tecnologías inteligentes en sus planes formativos. Es necesario impulsar el desarrollo de capacidades de razonamiento y de interpretación que nos permitan utilizar de manera crítica y creativa estas herramientas. La integración equilibrada de técnicas avanzadas de inteligencia artificial con el pensamiento filosófico-interpretativo fortalece no solo la eficacia en el uso de la tecnología, sino también el entendimiento personal de nuestra condición en el acto de pensar, comunicar y crear.
Por Jonathan Frez, académico de la Escuela de Informática y Telecomunicaciones UDP, en El Dínamo.